Balance y peso muerto

 En las últimas semanas, todo perdió su peso.

Las despedidas, los amores, el desamor, las ilusiones y los sueños. Todo se hizo liviano y etérico, como un manto de tul que se balancea con el soplar del viento.  

Los pesos del adiós no pesaron más y como nunca, o como por primera vez en casi 5 años, no dolió el vacío del arrepentimiento. No me arrepentí más de vivir lejos, de haber sentado cabeza y haber armado un rumbo en otra realidad alterna. No más.

Entendí la lista larga de duelos en los últimos 5 años... como si presagiaran la liviandad del ser, de perder al ser al que más devoción pura le tenías.

No era él.

Era ella.

Mi abuela hizo que mi mundo perdiera el significado en casi 48 horas. Que me jugara la vida por ella y todos mis talentos. En que no me detuviera a pensar más que en lo exacto y lógico, sin perder tiempo en porqués inútiles y personas sin cabida en mi forma de vivir.

Ella en horas depuró mi corazón y lo hizo frágil y con el tiempo reveló que la coraza estaba en el fondo. Me había hecho como ella y mejor que ella, me gustaría pensar, es decir; en el sentido de que la estaría hoy haciendo orgullosa.

Ella es mi razón de vivir, y cuando respiro lo hago por ella, como el reflejo de mi bulbo raquídeo.

La realidad de hace unas semanas se siente como un eco, que desaparece por detrás de un puerta de un después.

Tengo algunos sueños tardíos, tengo sueños que solo verás si los cumplo no en tu tridimensionalidad.

Hoy por hoy, soy como una masilla que ha tomado forma, como un ser donde ruego por mi libertad interna y la disfruto. 

Lo que antes dolía, no tiene peso comparado con ella.

Y tal vez su final me ayuda a entender mi futuro. 

El cierre de toda una generación, la zona "de tu final", es el final de nuestra familia conmigo.



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